viernes, septiembre 23, 2005

"Darte el sentido...."

Sentado en aquella roca, contemplaba las olas desde el acantilado de Punta Cometa, observaba al mar con su resplandor nocturno que al romper con fuerza producía una brillante lluvia de color plateado. Hermoso regalo de aquel viernes santo, cuando la luna flotando a través del humo de una pipa que por primera vez encendía, me dijo que era una año más viejo.

Arian, mi amigo desde la prepa, se iba de viaje con su novia a las playas de Oaxaca durante la Semana Santa. Daniel, Carlos y yo, los “Tres mosqueteros”, decidimos hacerles el mal quinteto, haciendo fila junto con ellos desde muy temprano en la estación de trenes, conseguimos pases hacia la ciudad de Oaxaca. ¿Por qué viajar en tren? Además de ser lo más barato nos parecía una gran aventura.
La locomotora con un gran estruendo arranco puntual a las siete de la noche, partiendo así al atardecer y no fue el vaivén o mis amigos queriéndome llevar a chupar al entrevagon, lo que interrumpió mi lectura de “Los relámpagos de Agosto” de Ibargüengoitia, sino el boletero corriendo a través del pasillo, justo cuando salíamos de la ciudad de México, alertando a los pasajeros para que cerráramos nuestras ventanas. Sin entender obedecí justo segundos antes que comenzara una terrible lluvia de piedras que con sus terribles impactos cuartearon algunas ventanas, asombrado logre apreciar una pandilla de mas de cien niños, probablemente habitantes de las vecindades aledañas. Sus gritos y la ferocidad con que arrojaban aquellas piedras parecían descargar los males que aquella maquina producía a su barrio con su pasar puntual todos los días a las ocho de la noche.
Después de tremendo trance finalmente nos encontramos fuera de la ciudad y muchas cosas podrían contarse de las innumerables paradas en cada estación. Mas de 20 veces nos detuvimos en distintos poblados a lo largo de nuestro recorrido y en cada una de estas interrupciones fuimos abordados por ejércitos de vendedores, que nos ofrecían de todo, sobre todo productos característicos de su región, camote de Puebla, Agua de Tehuacan, Pulque, Mezcal, hongos silvestres, Tlayudas etc. u objetos de comercio habitualmente ambulante, como lamparitas, pomadas, el libro de el herbolario Azteca, cigarros, dulces y encendedores.
Viajaban en el mismo vagón unos chavitos fresas del colegio Madrid que consumieron de todo lo que les vendían, aparte de venir bastante bien abastecidos de alcohol, tabaco y algún otro estupefaciente.
Mientras tanto el tren seguía haciendo parada tras parada, pero lo más grave fue que en cada estación abordaron más pasajeros que sin asiento invadían los pasillos.
Arian y su novia se hicieron de la vista gorda y durmieron acurrucados tapándose con un saco de dormir. Los tres mosqueteros permanecíamos sentados en una hilera de tres asientos, pero cuando el tren paro en Tehuacan, abordo una señora embarazada con dos niñas en cada brazo, nuestra humanidad pudo mas que nuestra indiferencia y le cedimos dos de nuestros lugares a condición de que nos íbamos a ir turnando con el restante. Daniel hizo uso de el primer turno a las doce de la noche, mientras Carlos y yo tomábamos cerveza en el entrevagon., conocimos unos chavos que iban a filmar un documental a un lugar llamado Etla que al parecer era una de las paradas que pasaríamos en nuestro recorrido a la ciudad de Oaxaca.
Carlos cansado a las dos de la mañana decidió tomar su turno en nuestro asiento y relevar a Daniel, yo me quede en el entrevagon observando como mi amigo atravesaba el pasillo entre un mar de gente dormitando en el suelo. Mientras yo decidí ir a al baño. Este se encontraba en otro vagón, el tren solo arrastraba 2 , cada uno con capacidad para 40 personas sentadas, pero a lo largo de el viaje habían abordado mas de 100 en cada uno. La cola para utilizar el sanitario era inmensa por lo que dude de lo higiénico que pudiera encontrarse. Regrese al entrevagon y observe divertido que Carlos trataba de despertar a Daniel y este no reaccionaba.
Decidí tomarme una chela, se encontraban en una hielera comunal de esas metálicas con el logo de la cervecería modelo que tienen un destapador incorporado en el exterior. La cerveza se había agotado, pero el agua y los hielos tenían color y olor distinto. Reí cuando me di cuenta que algún vivo había orinado en su interior para evitarse la cola de el baño, decidí hacer lo propio.
Voltee nuevamente al pasillo y divertido nuevamente me percate que Carlos se había rendido en su intento de despertar a Daniel y se había quedado dormido al lado suyo colgado de su asiento aforrándose de el respaldo.
Disfrute de una amena tertulia con los cineastas hasta que llegamos a su destino un pueblito escondido en la sierra que me recordó a aquellos de el viejo oeste, según me comentaron no había carretera por lo que el tren o el burro eran las únicas alternativas para visitarlo. Los ayude a bajar unas cajas que contenían el equipo de filmación y me despedí de ellos.
Me había quedado solo eran las 3 de la mañana y yo no tenia ni siquiera donde acostarme, todos los espacios en el piso de el vagón estaban ocupados por personas durmientes para colmo el maquinista bajo la intensidad de la luz haciendo imposible la lectura, busque sin encuentro un espacio en el piso y me percate que el único lugar posible era el que momentos antes me hiciera reír, la cubierta de la hielera orinada. Ahí con ese terrible olor a zorrillo trate de hacer mi cama, haciéndome bolita sobre la tapadera, pero el vaivén de el tren me hacia rodar hasta que finalmente caí sobre un chavo que dormía en el piso. Después de disculparme volví a subirme a la hielera y me quede sentado sobre ella, me recargue en la pared pero un filo metálico me cortaba la espalda y no me permitía conciliar el sueño. Vi el reloj para contar el paso de las horas, me puse a hacer cuentas pues nos habían dicho que la hora de llegada seria a las doce de el día y me angustie cuando me di cuanta que faltaban 9 horas para que eso pasara.
Cuando finalmente llegamos a Oaxaca, Carlos agito su brazo frente a mi rostro para despertarme de una especie de trance, pues en esa posición me había quedado congelado como un zombi dormido pero con los ojos abiertos.
Con mi cuerpo acartonado descendí de el tren y me desperté divertido cuando vi a los empleados de la estación tratando de despertar a los chavitos de el colegio Madrid, que intoxicados de quien sabe que tanto fueron arrojados junto con su equipaje al suelo de el anden.
Mis amigos y yo pensábamos pasar una noche en Antequera de Oaxaca, pero ya en las calles nos fue imposible encontrar hospedaje, por lo que acabamos parados en el pasillo de un “guajolojet” (autobús de segunda clase) con dirección a la costa. El huracán Paulina había hecho de las suyas con los caminos de la sierra durante el verano anterior, por lo que el recorrido fue lento y peligroso. No pude dormirme a pesar de encontrar lugar en las escaleras del autobús, pero disfrute del paisaje panorámico pegando mi nariz al parabrisas. También iniciamos una plática con el conductor, que con una mano alternaba su pata tiesa entre el acelerador y el freno, mientras se me quejaba de no haber podido tramitar su licencia de manejo aun.
Después de una riña entre el chofer y una señora que deseaba llevar media tonelada de melones en el portaequipaje sin pagar peaje, finalmente llegamos a Pochutla después de 9 horas de recorrido y por ahí de la media noche llegamos finalmente a Mazunte, que en ese año de 1996, se encontraba casi virgen y desconocido para muchos. Recuerdo haber caminado a obscuras, guiado por los ladridos de los perros; recuerdo ese olor como a café mezclado con sal marina, recuerdo haber visto jacalitos donde voces en varias lenguas proferían cantos como de piratas llevando el compás con el entrechocar de las botellas. Recuerdo haber atravesado ese pequeño poblado de apenas 50 familias, con dirección al mar guiados por el sonido de la marea.
Recuerdo el ritual para encender aquella fogata. El destapar de corchos y corcho latas, compañía inesperada de propios y extraños, la musica improvisada sobre la arena, una guitarra, tambores y una gayta; una gran fiesta y otra noche mas en vela. Dormí cuando menos 20 horas seguidas, desperté con hambre.

Días después mientras caminaba a solas, crucé un pequeño bosque, observe un letrero en el cual se leía: “Estas en Punta Cometa sitio sagrado para los habitantes de Mazunte”.
Seguí esa senda y atravesando un desfiladero llegue finalmente hasta aquella gran roca rodeada por el mar, el sol moría en el horizonte. Me senté, saque la pipa de mi abuelo y la fume por primera vez. Pasaron las horas, las estrellas se aparecieron en cantidades que no había contemplado nunca y cuando finalmente apareció la luna, pensé en Rodolfo, “Dartagnan”, mi amigo. Y un año después de su muerte por fin respondí la pregunta que el me hiciera: ¿Cuál es el sentido de la vida?
- “Darte el sentido…”, le dije y una lagrima rodó por mi mejilla.